Ha mentido sin
malicia, sin motivo aparente o, al menos, eso cree. Cuando la ha visto llegar
por el pasillo del avión ha rogado que el destino le reservase el asiento vacío
junto a él, al lado de la ventanilla. Y el destino, por una vez, le ha sido
propicio.
El primer contacto
físico ha sido sutil. Para facilitarle el paso, se ha puesto de puntillas, sin
poder evitar el inolvidable paso de sus cabellos, un leve roce de sus nalgas.
No es uno de esos hombres de infidelidad fàcil y, además, está felizmente
casado; tal vez se debe a la excitación del primer vuelo en avión, pero, ¡dios
mío, qué guapa es!
No sabe por qué ha mentido cuando le ha preguntado su nombre, tal vez se ha dejado llevar por el
juego de la aventura, por estar a punto de disputar el espacio vital con las
nubes.
Ya en la altura,
queda abstraído por el color miel de sus ojos, por el reflexo del cielo en las
mejillas. La luz del sol rebota en las nubes i ilumina su rostro medio dormido.
No puede dejar de mirarla. Un ligero contacto se estrablece entre sus brazos.
Procura no moverse, y se debate entre despertala y seguir mirándola el resto de
la vida. Poco antes que la azafata avise que están a punto de llegar, se
enamora de la curva de sus hombros.
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Adaptació fragment conte inclòs a I un cop de vent els despentina. Foto de Fré Sonneveld, extreta de la web Unsplash.
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