24 de maig 2014

gaviotas

El sol, tímido aún, se alza en el horizonte y olvida el rojo de los primeros instantes;  ahora la luz es limpia, recién estrenada, para mostrar que esta mañana es el inicio de algo nuevo. No hace frío, ni calor, ni viento, y el mar parece un espejo de tanta calma que genera. Algunas barcas vuelven a puerto, salpicando un espectáculo perfecto. Pero él, de rodillas en el suelo, busca desesperadamente. Sabe que el tiempo se agota; el servicio de limpieza peinará la playa y borrará todo rastro de la noche. Pasa ambas manos sobre la arena en círculos, con cuidado de no enterrar nada; la pérdida sería irreversible. Mira en todas direcciones, mientras avanza a pequeños pasos, en cuclillas. No piensa rendirse hasta el último segundo; demasiado a perder. No está seguro de encontrarse en el lugar exacto; ayer bebió demasiado, y sólo tiene como referencia las luces verde pistacho del pub donde hicieron las tantas. Pero podría equivocarse, porque a partir de las cuatro sólo guarda tibios recuerdos.
Ella iluminaba una mesa del fondo, donde se sentaba con tres o cuatro amigas. Esa visión justificaba el peregrinaje de tantas noches. Es difícil calcular cuantas cervezas llevaba hasta el momento. Sabía por experiencia que mezclar le perjudica, pero no pudo evitar pedir un whisky para llamar su atención con el bailar de los cubitos de hielo.
Ella tenía el pelo largo. Lo recuerda porque, en un momento determinado, la luna se reflejó.

Acabaron en la playa enlazados uno al otro, a fuego rápido, mezclados con la arena. No recuerda el rostro, y cree que su nombre, no sabe por qué, contiene una eme. Es consciente de haber tenido entre las manos la mujer de su vida. Por eso, ahora que sus huellas aún son tiernas, quiere que le ayuden a recordarla. Pero el tiempo se agota; la máquina de limpieza entra en la playa, y espanta las gaviotas a su paso.
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Versió en castellà del conte Espantant gavines, El vertigen del trapezista (Cossetània Edicions, 2008)