Aturdido aún por el impacto, se aparta del
rugido de la carretera, del bochorno del brillo de la ciudad, y se adentra, con
cautela, por un sendero cercano del bosque. Busca refugio entre los pliegues
del entendimiento, acechado por los ladridos del corazón. Intenta descifrar sus
enigmas, buscar la salida al laberinto d’emociones donde se encuentra, atado al
recuerdo de unos ojos verdes.
En el cielo, un aprendiz de brujo, de dios, o de demonio, dibuja volátiles trayectorias de
luces sin disciplina alguna, caóticos puntos que desafían su metódica forma de
entender el mundo. Las luciérnagas muestran, quizás, el camino a seguir, las
normas del amor sin normas.
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